En El Poblado, Medellín, hay un punto exacto donde la ciudad se encuentra con el cielo: La Makha. Desde su vista panorámica —que abraza montañas, luces y el pulso urbano— hasta su atmósfera cálida y elegante, este rooftop ha convertido el ritual de beber en una experiencia que trasciende el simple brindar. Aquí, cada sorbo cuenta una historia. El menú de bebidas artesanales de La Makha no es una carta más: es un manifiesto de creatividad, técnica y respeto por los ingredientes colombianos.

La propuesta líquida nace con una ambición clara: posicionar a La Makha como el mejor rooftop en El Poblado por la armonía entre vista, ambiente y gastronomía. Para ello, el bar trabaja con la misma meticulosidad que la cocina: investigación de temporada, selección consciente de proveedores, técnicas contemporáneas y un enfoque estético que convierte cada copa en un pequeño escenario. El resultado es una colección de cócteles, bebidas sin alcohol, cafés de especialidad e infusiones botánicas que dialogan con el paisaje y con el paladar, y que invitan a quedarse un poco más mientras Medellín se enciende.

La filosofía detrás de la barra: origen, técnica y emoción

La Makha concibe la coctelería como un puente entre territorio y memoria. Por eso, los destilados base conviven con macerados de frutas nativas, bitters artesanales, fermentos suaves (como tepache o lactofermentos cítricos) y jarabes caseros elaborados con panela, miel de cacao o flores andinas. La técnica nunca es exhibición vacía: sirve al sabor y a la historia de cada trago. Se clarifican jugos para aportar tersura, se fat-washan destilados para sumar textura sedosa, se ahúman componentes para evocar el atardecer y se cuida la acidez como eje que ordena el conjunto.

Pero la técnica solo cobra sentido si conmueve. Por eso, cada receta parte de una emoción deseada: ligereza para la hora dorada, profundidad especiada para la noche, frescura frutal para tardes cálidas, notas tostadas para conversaciones íntimas. El servicio completa el relato con cristalería escogida, hielo de corte cristalino y una puesta en escena sobria, donde la vista de Medellín hace de telón de fondo.

Ingredientes que cuentan de dónde venimos

El menú celebra la biodiversidad de Colombia. Hierbas del altiplano, flores comestibles, frutas del Pacífico y destilados latinoamericanos conviven sin jerarquías. La mandarina y el lulo aportan brillo, el corozo y el borojó, carácter; el café de origen y el cacao, hondura aromática; el cardamomo y el copoazú, identidad. La estacionalidad guía las variaciones y permite que la barra respire al ritmo del mercado, garantizando frescura y trazabilidad.

Este enfoque local no es una moda, es un compromiso. Elegir productores cercanos reduce la huella y enriquece las recetas con matices imposibles de replicar. Cuando un coctel presenta un destilado infusionado en hojas de guayabo o un shrub de maracuyá y panela, no es solo un hallazgo de sabor: es una forma de decir “esto es Medellín, esto es Colombia”.

Persona sosteniendo un vaso con una bebida roja en La Makha, destacando el arte de las bebidas artesanales

Firmas de la casa: cócteles diseñados para la vista

Para la hora del atardecer, cuando la ciudad se baña de dorado, surge Cielo de Poblado: un highball de destilado botánico, cordial de mandarina-limón, soda de jazmín y un toque de sal de vanas de cacao. Ligero, perfumado, impecable con la brisa de la terraza.
Más profundo y con guiño pacífico está Pacífico Sour: base de ron agrícola, reducción de piña asada, bitter de cacao y clara pasteurizada; su acidez brillante se redondea con gotas de aceite de coco clarificado.

Para quienes buscan notas herbales, Botánica Andina une gin infusionado con huerto local (toronjil, albahaca morada), vermut blanco y un sirope de flor de sauco y uchuva. Seductor, seco y muy fotografiable con el skyline.

La noche pide intensidad, y Oro Negro responde: bourbon lavado con mantequilla de café, licor de cacao, tintura de cardamomo y espresso doble de origen antioqueño. Un postre líquido sin excesos de azúcar, perfecto tras la cena.

Cuando el clima es cálido, Brisa Tropical refresca con tequila, cordial de lulo y cilantro, triple sec artesanal y top de soda; un twist cítrico-verde que marida con pescados del día y entradas crujientes.

Cada firma está pensada para armonizar con los platos de la cocina: cítricos que levantan ceviches, notas tostadas que abriguen carnes maduradas, amargos florales que limpian el paladar entre bocados especiados. La Makha entiende la experiencia como un tejido: vista, música, servicio, comida y coctelería se entrelazan con naturalidad.

Sin alcohol, con todo el carácter

La sofisticación no depende del grado alcohólico. La sección de mocktails de autor reivindica la complejidad con fermentos suaves, tés cold brew, bitters sin alcohol, toneles de madera para maceraciones y clarificaciones con proteína vegetal.
Bahía Sin Marea combina tepache de piña con shrub de corozo, infusión de hierbabuena y top de kombucha natural: ácido, fragante, absolutamente veraniego.
Atardecer Cero equilibra cold brew de cáscara de cacao, cordial de naranja sanguina y un spray de esencia de romero flameado. Profundo, seco, elegante.
Para mesas compartidas, jarras de Limonada Andina con lulo clarificado, pepino y flor de sauco; o Chicha Ligera de Maíz reinterpretada con especias suaves y gasificación medida. Nada de bebidas infantiles: sabores adultos, texturas definidas y presentación digna de fotografiar con la ciudad de fondo.

Café, té e infusiones que prolongan la noche

El programa de café de especialidad aporta otra dimensión. Espressos de origen, métodos filtrados y coctelería de café construyen un puente entre la sobremesa y el after. Un Old Fashioned de Café con sirope de panela especiada y bitter de cacao resulta tan limpio como persistente; la Tónica de Café y Lima refresca sin saturar, ideal mientras el cielo se llena de luces.
Las infusiones botánicas —toronjil, cidrón, pétalos de rosa, lavanda— invitan a bajar revoluciones sin renunciar al placer sensorial. Preparadas con precisión de tiempo y temperatura, llegan a la mesa en vajilla cálida, con aromas que acompañan la conversación.

Hielo, cristalería y servicio: los detalles que construyen excelencia

El hielo no diluye, conversa. Bloques cristalinos cortados a medida, rocas compactas y pilé seco según el trago. La cristalería, delgada y precisa, magnifica aromas y dirige el líquido donde debe. El equipo de barra domina técnicas, pero también hospitalidad: recomiendan sin imponer, escuchan el antojo del comensal y afinan perfiles a la medida. Esa sensibilidad —sumada a la vista y a un ritmo musical que arropa, no invade— convierte a La Makha en un lugar al que se vuelve.

Sostenibilidad líquida: coherencia de principio a fin

El compromiso ambiental se traduce en acciones concretas: reaprovechamiento de cáscaras en cordiales, uso de cítricos enteros, compostaje de excedentes orgánicos, reducción de sorbetes de un solo uso, control de agua y preferencia por botánicos locales. Más que un discurso, una práctica que se siente en la limpieza del sabor y en la tranquilidad de beber con conciencia.

Tres momentos, un mismo rooftop

Golden hour: cócteles vibrantes, burbujas sutiles, fotografías inevitables con Medellín a los pies.
Cena: maridajes de media estructura, amargos florales, notas tostadas que conversan con platos de temporada.
After: digestivos ligeros, expresos coctelizados, mocktails complejos para seguir viviendo la noche sin excesos. En cada franja, La Makha ofrece una lectura distinta del mismo paisaje: la ciudad, hermosa, cambia; el nivel de la barra, no.

¿Por qué La Makha lidera la coctelería en El Poblado?

Porque entiende que el mejor rooftop se construye en capas: vista que emociona, ambiente que cuida, gastronomía que sorprende y bebidas que elevan. Porque su carta líquida traduce la biodiversidad colombiana en experiencias contemporáneas, con técnica, belleza y hospitalidad. Y porque, al final, cada sorbo deja una memoria precisa: Medellín, desde aquí arriba, sabe mejor.

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