Cuando Medellín se ve mejor desde las alturas

6:47 p.m. El ascensor se detiene en el último piso del Binn Hotel y, al abrirse las puertas, una brisa tibia me da la bienvenida. Frente a mí, la entrada a Etro Rooftop brilla con luces cálidas y murmullos suaves.
No es mi primera vez en un rooftop, pero sí es la primera vez que siento que estoy entrando en una historia.

La ciudad, allá abajo, comienza a encenderse. Medellín parpadea en dorado, y el cielo aún guarda un último rastro violeta del atardecer. Tomo aire y sonrío. Esta será una noche distinta.

La primera impresión: elegancia sin esfuerzo

Etro tiene esa clase de elegancia que no necesita anunciarse.
El diseño minimalista, las líneas limpias y la mezcla perfecta de madera clara y acero oscuro crean una sensación de calma instantánea.
Las mesas, dispuestas con precisión, parecen pequeñas islas privadas; las luces reflejan tonos ámbar sobre las copas; y la música lounge flota en el aire, marcando el ritmo de la noche.

Camino despacio, disfrutando cada detalle. Todo está en su lugar, pero nada se siente artificial.
Es un espacio diseñado para vivir, no solo para ver.

El anfitrión me guía a una mesa cerca del borde. Desde allí, la vista es hipnótica: una panorámica del valle de Aburrá iluminado, como si la ciudad misma respirara bajo las estrellas.

El inicio: un cóctel, una historia

El bartender me sonríe y recomienda un clásico de la casa: el Flor del Valle.
Mientras lo prepara, el aroma del romero flameado llena el aire.
Gin infusionado con flor de Jamaica, miel artesanal y limón fresco; la mezcla brilla en tonos rosados bajo la luz.

“Este cóctel representa lo que somos —me dice—: sofisticación con esencia colombiana.”

Tomo el primer sorbo y lo entiendo todo. El sabor es floral, fresco y equilibrado. Una copa perfecta para comenzar la noche.
A mi alrededor, las conversaciones fluyen, las risas se mezclan con la música y el ambiente se siente… genuinamente feliz.

Etro tiene esa capacidad de hacerte sentir parte de algo, incluso si acabas de llegar.

El menú: arte para compartir

Mientras reviso la carta, descubro que la gastronomía de Etro comparte la misma filosofía que su diseño: equilibrio, detalle y autenticidad.
No hay pretensión, solo sabor y belleza.

Empiezo con las tapas de langostinos al ajillo, servidas sobre chips de yuca crujiente.
Después, los sliders de Wagyu con alioli de trufa, una explosión de sabor en miniatura.
Y para cerrar, el clásico volcán de chocolate, acompañado de helado artesanal.

Cada plato parece diseñado para ser fotografiado, pero resisto la tentación de quedarme solo en la imagen. Lo pruebo todo.
Y mientras lo hago, confirmo que Etro no solo se ve bien: se siente bien.

Aquí, la gastronomía y la estética no compiten; se complementan. Cada bocado tiene intención, cada textura cuenta una historia.

La música: la banda sonora del momento

La noche avanza y la música evoluciona con ella.
Un DJ, discreto pero presente, comienza a mezclar sonidos deep house con matices latinos. La transición es perfecta: ni abrupta ni predecible.
El ambiente se llena de energía, pero conserva su elegancia.

En una esquina, un grupo de amigos brinda por un nuevo proyecto. En otra, una pareja ríe mientras el camarero les enciende velas sobre la mesa.
El espacio vibra con vida, pero no con ruido.
Todo fluye con el mismo ritmo, una sincronía invisible entre la música, la luz y la gente.

Esa es, quizás, la mayor virtud de Etro: su capacidad de adaptarse al ánimo de la noche sin perder su esencia.

Momentos que se quedan

Decido tomar una pausa. Miro alrededor y observo.
El reflejo de las luces en el acero, las sombras suaves sobre la madera, el brillo de las copas.
La cámara del celular se convierte en una extensión de mis ojos. Cada rincón merece una foto, pero lo que más quiero capturar es la sensación: la calma, la emoción, la conexión.

Un grupo de influencers toma videos para sus stories; un fotógrafo juega con la luz y el humo de un cóctel recién servido.
En Etro, cada visitante parece encontrar su propio relato visual. Y eso es lo que hace que este lugar trascienda la simple idea de un bar o restaurante: aquí, cada noche puede ser una historia que vale la pena contar.

Conversaciones bajo las estrellas

Pido otro cóctel, esta vez un Guayaba Spritz.
El burbujeo acompaña el sonido lejano de la ciudad.
La conversación fluye entre risas, temas profundos y silencios cómodos. A mi alrededor, el aire tiene una textura diferente: la del bienestar.

Etro no es solo un espacio para comer o beber; es un escenario para conectar.
Ya sea con otros o contigo mismo, algo en su ambiente te invita a bajar la guardia, a soltar el reloj, a simplemente estar.

Cuando levanto la vista, el reloj marca las 11:30 p.m. No sé cuánto tiempo ha pasado. Y eso, pienso, es señal de una noche perfecta.

Etro, más allá de las redes

Como creador de contenido, estoy acostumbrado a buscar lugares “instagrameables”, pero en Etro encontré algo más: auténtico magnetismo emocional.
Sí, cada rincón es digno de una foto, pero lo que realmente me llevo es una sensación.
La elegancia que no presume. La mezcla de diseño, música y gastronomía que no abruma, sino que envuelve.

En un mundo donde todo se comparte, Etro logra algo distinto: se vive primero, se publica después.
Y eso lo hace especial.
Porque aquí no se trata solo de likes, sino de momentos que realmente conectan.

Hombre tatuado en las piernas, de pie en unas escaleras, durante una noche en Etro, narrada por un influencer

La ciudad a mis pies

Salgo del rooftop y miro hacia atrás una última vez.
Las luces del valle titilan, la música se aleja, el aire huele a romero y a noche nueva.
Sonrío.
Sé que volveré, no solo por el contenido, sino por lo que se siente estar allí.

Etro no es un lugar para visitar una vez. Es un lugar para repetir, para recordar, para compartir.
Y mientras me alejo, pienso: hay noches que no necesitan filtros.


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